martes, julio 22

La alegría del bobalicón.



Sorprende que alguien te llame anti-patriota porque hables de crisis económica. Ayer parece que el balance de la economía española pasa a ser de déficit estatal, después de muchos años de superávit. Y esos números no encajan en una "desaceleración de la economía" sino más bien en un "retroceso".

Algunos piensan que llamara a las cosas por su nombre, cuando son negativas, es pesimismo. Piensan que "mencionar la desgracia supone hacer que llame a tu puerta"... o eso de "a la bicha, ni nombrarla". Son los mismos que ante un enfermo tienden a callarse la enfermedad por miedo a contristarle.

Pero la realidad no cambia porque se silencie el mal. Y además, el callarlo implica que no se pongan los medios para superarlo.

Si hay una vía de agua en un barco hay que saberlo para achicar el agua y poner remedio. Si nos quedamos en la reserva de gasolina, el vehículo avisa para que repostemos en la próxima estación de servicio. Si algo va mal hay que decirlo... al menos a los responsables de la crisis, a los que puedan poner remedio... y, en democracia, hay que informar con veracidad al ciudadano. La mentira y el silencio harán que el barco se hunda o se pare el vehículo... o, lo que es peor, se muera el enfermo.

El enfermo que se reconoce como tal irá al médico, el ignorante buscará formarse, el que ha perdido su fortuna acomodará su nivel de vida a la nueva situación y buscará rehacerla.

La lucha contra los defectos, la pelea para salir adelante da esperanza y alegría. Negar y negar la realidad con una sonrisa es ofrecer una máscara u ofrecer esa sonrisa bobalicona que suena a falso.

Entre los judíos, los falsos profetas decían lo que el pueblo quería oír. ¡Todo va bien! ¡España va bien!... pero así tranquilizado el pueblo, no se asume la lucha y el innumerable ejército enemigo subyuga la Plaza y viene la desgracia.

Los falsos profetas tienden a alagar los oídos, hablar de paraísos futuros y adormilar las conciencias. Ofrecen "sonrisas bobaliconas"

Hoy las palabras huecas tienen un banderín de enganche en el "progresismo". Suena bien pero es un término hueco que permite vestir de luz acciones nada encomiables como el aborto, el fracaso matrimonial, la eutanasia, la investigación con seres humanos aunque sea en estado embrionario; o bien enarbolar banderas claramente intolerantes como el laicismo beligerante, el fomento de la autonomía de la propia voluntad frente a Dios o frente a lo que se denominan convenciones (y son los derechos de los demás o el respeto a la dignidad ajena), o el sentimentalismo que lleva a la exaltación del apetito o de la huida ante el esfuerzo, o la negación del ejercicio de las virtudes cardinales.

Es la segunda sonrisa bobalicona: la del "buenismo", la de lo "políticamente correcto", la que oculta la enfermedad, el dolor, la muerte como si no pensar en ellas o apartarlas de las imágenes de nuestro mundo las evitase.

Por contraste, fuera de nuestro mundo, presentan escenas trágicas para fomentar el valor de la solidaridad, pero siempre lejos de nuestra frontera, u ofreciendo como panacea la "política de la cultura de la muerte": el aborto y el control obligado de la población. Sensibles con el Planeta, con la Humanidad, pero no permitiendo que el vecino, el hombre concreto... nos perturbe con sus problemas reales.

Esa enfermedad de la sonrisa bobalicona es un "libro malo de autoayuda". Dígase cien veces seguidas que ¡todo va bien! , se lo creerá y verá cómo realmente va bien.

Pero ante esa sonrisa se puede ofrecer una cara diferente, la del atleta, la del que afronta los retos. Cierto: hay aspectos de nuestra sociedad, de nuestra economía, de nuestra propia vida que van mal, que van "incluso" muy mal, pero tengo vida, tengo capacidad de superarme. Puedo ofrecer alternativas, poner remedio. Y eso sólo será posible si parto de la realidad, de la verdad... no del autoengaño.

frid

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