Cuando hablé de la contaminación del trabajo en un artículo anterior, me quejé de la alienación de la persona humana desde los equipos directivos de algunas empresas y, cada vez más, desde las Administraciones Públicas, al considerar al trabajador, desde una visión materialista, como un mero elemento de producción, en el fondo: un "computador" algo más sofisticado que, además hay que tratar con cara de perro para que produzca. Eso es uno de los frutos del "progresismo materialista", que introduce el conflicto de clases en todos los ámbitos de las relaciones humanas.
Ante ese artículo tuve una respuesta de una gran amiga que comentaba, por experiencia, que realmente hay que tratar con dureza a los trabajadores para que no se escaqueen, que la vida real es así. ¿Es necesariamente así?
Ciertamente el elemento cultural actual, el que se ha puesto como motor de la actividad humana es "la apetencia personal", "el buenismo sentimental" y el "propio interés"; con esas premisas es claro que el trabajo profesional se concibe como una carga necesaria, un tiempo que tengo que dedicar a ganar el sustento o el recurso para mis otras actividades, las importantes, en las que me lo paso bien. Un síntoma es que la crisis no ha reducido en absoluto "el botellón".
Si sólo se trabaja porque no hay más remedio, si hay una visión tan negativa del trabajo, si se ve como el mal necesario, es obvio que es "territorio hostil", y, por tanto en vez de jefe compañero y amigo, se ve al capataz, o más aún al negrero. Y la producción se convierte en una cuestión de subsistencia, de mínimos necesarios, o de máximos competitivos porque me echan o porque echarán a diez y no quiero estar entre ellos. El trabajador sería un "animal salvaje" y el empleador un "domador".
Quizá exagero un poco, pero llevo al límite los frutos de la cultura edonista y materialista en el mundo laboral para hacer más claro el contraste del camino acorde con la naturaleza humana. Y es que el trabajo aporta a la empresa más si el trabajador es parte de ella, si se le considera como un ser humano transcendente a la materialidad de la "producción", y si el trabajador ve en el empresario algo más que un capataz, pues es alguien que arriesga su dinero y su esfuerzo, y su salud, por generar bienes que sirven a la sociedad; y así también en la Administración pública en la que el empleado es un engranaje de servicio a las personas que componen la sociedad a la que sirven.
La lucha de clases ha contaminado por arriba y por abajo las relaciones laborales. Una concepción humanista del trabajo las sanearía. Lo que no significa que esas relaciones humanas olviden las claves de un buen trabajo: exigencia, calidad, dedicación, formación, competencia, esfuerzo, etcétera.
En el fondo hay que pensar que el trabajo dignifica a la persona y enriquece a todo el cuerpo social. Valdría la pena releer los escritos de los Pontífices Romanos sobre materia social para fomentar un nuevo humanismo basado en considerar a las personas como algo más que un mero elemento de producción, para ver que la Empresa no es sin empresario y trabajador, que el proyecto es común y exige sacrificios y responsabilidad por ambas partes, que la sociedad está compuesta por hombres y mujeres y está a su servicio; y el mundo de la empresa no puede ser hostil al ser humano.
frid
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