lunes, junio 19

La justicia de los dioses ante el infanticidio frustrado: Edipo Rey

La declaración del crimen sin arrepentimiento:

YOCASTA:
Nada te dé cuidado de cuanto dices, Edipo. Escúchame, y verás que no hay mortal que entienda palabra de vaticinios. Te daré una prueba clara, breve.
Vínole a Layo un oráculo (claro está, no de Apolo mismo, sino de uno de sus servidores), y le decía que era su sino fatal morir a manos de un hijo que él y yo habíamos de tener. Pues bien: él –al menos así corrió la voz- murió a manos de unos salteadores extranjeros, en un cruce de tres carreteras, y en cuanto al muchacho, no llevaba tres días de nacido, cuando ya lo había echado por manos de un tercero en un monte inaccesible, sujetos con un hierro los tobillos. Allí Apolo ni logró hacer al niño asesino de su padre ni que el padre muriera en manos de su propio hijo, como grandemente se temía; ¡y todo esto lo habían anunciado los vaticinios de los agoreros!

El juicio tardío:

CRIADO
Bueno, pues era un niño de la casa de Layo.
EDIPO
¿Siervo? ¿O hijo legítimo de su familia?


(..........................................)

CRIADO
Le llamaban hijo de Layo. Tu mujer, que está en palacio, sabrá explicarlo todo claramente.
EDIPO
¿Ella fue quien te lo entregó?


CRIADO
Ella misma, señor.
EDIPO
¿Con qué objeto?


CRIADO
Para que acabase con él.
EDIPO
¿Su propio hijo? ¡Malvada!



CRIADO
Sí, por miedo a unos funestos oráculos?
EDIPO
¿A cuales?



CRIADO
Corría la fama de que había de dar muerte a sus padres.
EDIPO
Y tú, ¿por qué lo entregaste a este anciano?



CRIADO
Por pura compasión, señor, esperando que lo llevaría a las lejanas tierras de donde él era. Él lo salvó, y en mala hora lo hizo. Si tú eres en realidad el que este dice, sábete que has nacido con mal hado.

En Edipo, como en el Gran teatro del mundo, el destino se impone más por la acción inmoral de los que quieren huir del hado que por el mismo hado. La profecía o el augurio cobran fuerza con la acción para huir del mismo, que es una mala acción. Tanto la cárcel de Segismundo como el intento de infanticidio de Yocasta y Layo preparan el drama posterior. Y nos dan una lección sobre lo que significa intentar corregir el rumbo del destino o de la providencia.

Esa corrección del rumbo se pretende con los abortos, asesinatos al servicio de los vivos para evitarles una atadura con la vida no deseada. Ese crimen tiene también un oráculo personal y social de castigo, como consecuencia de la insensibilización ante la muerte.

Muerto el primer obstáculo que apenas se ve en estado embrionario, se pasó enseguida a poner la barrera en días, en semanas y, en algunos países, ya se ha pasado la barrera del nacimiento como en Holanda, si el niño presenta malformaciones no deseadas. El camino de la muerte avanza hasta llegar a los padres de la criatura que, ancianos, tendrán que ser acogidos por sistemas públicos de atención a mayores inmersos en la cultura de muerte.

Y los que de padres mataron, de mayores tendrán que moverse por las arenas movedizas de la consideración de “vida no digna”, de “enfermedad incurable”, de “gasto excesivo”, de “mayor molesto y quejumbroso” para ser pasados desde la sedación a la muerte.

Los Yocasta y Layos de hoy sembraron las minas mortíferas que les llevarán al hades a donde enviaron a sus hijos. Pero mientras el pobre Edipo fue el inocente engañado que, por la fatalidad, cumplió su destino y el de sus padres. Yocasta y Layo y todos los infanticidas del mundo, al fin, recibieron su juicio.

Hubiese cabido el perdón, pero en la tragedia griega los dioses paganos no son misericordiosos. En la tragedia cristiana, aun los homicidas, como Caín, recibieron protección del cielo para que la venganza humana no les alcanzase y, vagasen por el mundo con un tiempo de perdón y penitencia.

Podemos y debemos rectificar como ya lo están haciendo en algunos estados americanos al reconocer, científicamente, que el embrión, desde su concepción es un ser humano, y, por tanto, con derecho a protección como todo ciudadano de un país que no discrimina por razón de la edad el derecho de la vida.

Eso es así y así se debía haber interpretado la Constitución en España, la tibieza se paga. Y ahora tenemos un mundo menos seguro que antes.

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