Curiosamente los políticos prometen aquello que no deben y no así aquello que es su obligación. Nos prometen salud, bienestar, felicidad, placer y no se plantean que su labor no es esa, sino facilitarnos los medios para que, desde nuestra libertad, elijamos lo que nos conduzca a esos objetivos.
El hombre busca ser feliz, pero ese es un estado personal e intransferible, que es fruto de su propia vida. El bienestar y la salud son medios que pueden incluso faltar, la salud se pierde tarde o temprano. El placer es un estadio temporal, nos proporciona a veces momentos de felicidad, siempre euforia, pero se agosta como flor de mayo.
Platón y los clásicos hablaron mucho de felicidad, pero nunca le achacaron al gobernante la obligación de hacernos felices, de hecho eran algo pesimistas sobre nuestra capacidad de ser felices. Los dioses son felices, los hombres pueden alcanzar una sombra de felicidad a base de vivir como los dioses, y no los dioses disolutos paganos, sino el Dios Sumo Bien.
El conocimiento de Dios nos lleva a la felicidad, pues su contemplación, como sumo Bien, Verdad y Belleza, aquieta las ansias de nuestra espiritualidad. Pero realmente el conocimiento humano es limitado y parcial, y esa felicidad está marcada por esa limitación.
Pero ¿conocer es suficiente? También el diablo sabe que Dios existe y tiembla. Contemplar a Dios no es lo mismo que saber que existe, contemplar es amar. Para amar hay que tener cierta semejanza con el amado. Para asemejarse a Dios hay que obrar el bien. Eso nos hace relativamente felices y conocer el estilo divino: la dádiva.
Por eso los clásicos hablan del camino de la felicidad como el camino del hombre virtuoso. ¿Entiende alguien que nuestros políticos nos prometan que seremos felices y al mismo tiempo eliminen del diccionario la virtud y relativicen el bien? Es claro que gente así enseñan otros caminos.
Sólo con la revelación divina, con Dios entre los hombres, esa ansia de felicidad puede ser saciada, y eso porque se cuenta no sólo con nuevas claves, sino también con una especial ayuda de Dios.
Los políticos no pueden sustituir a Dios para hacernos felices, pero, al menos, deben respetar su acción y no poner zancadillas para impedir que conozcamos ese mensaje divino. Es claro que la hostilidad contra el cristianismo es también un empeño en cerrar puertas que llevan al hombre hacia la felicidad, es un modo de gobierno hostil al hombre al tiempo que es hostil a Dios.
Speeman muestra que hay un rumor inmortal sobre Dios y su existencia, pero lo están intentando acallar ya desde hace siglos, desde el infantil argumento de los socialistas rusos: "ahora que has ido al espacio, has visto ahí a Dios... luego no existe", al sutil planteamento Nietzche afirmando que "no nos libraremos de Dios hasta librarnos de la gramática" o bien Bertold Brecht que sostiene en boca de alguno de sus personajes que "él no necesita de Dios para cambiar su modo de obrar", si bien debería decir "necesito que no exista Dios para obrar como lo hago".
Tanto empeño contra la luz de la filosofía clásica que auna nuestra felicidad a la cercanía de Dios nos debe hacer pensar que estamos construyendo sistemas contra la felicidad del ser humano concreto, eso sí, enarbolando banderas de novedades que o nunca se han probado o son remiendos de sistemas que ya han dado sus malos frutos.
Por eso el hombre si quiere ser feliz tendrá que remar en otra dirección, volver a los clásicos, intentar hacerse bueno con el obrar virtuoso, intentar robar un poco de la dicha de los dioses sembrando el bien y procurando aparcar a los obsoletos encantadores de serpiente, colocando en la cúspide social y del gobierno a otros que también sean virtuosos y prudentes, que contemplen la vida y la acompañen, en vez de jugar a experimentos con humanos.
frid
El hombre busca ser feliz, pero ese es un estado personal e intransferible, que es fruto de su propia vida. El bienestar y la salud son medios que pueden incluso faltar, la salud se pierde tarde o temprano. El placer es un estadio temporal, nos proporciona a veces momentos de felicidad, siempre euforia, pero se agosta como flor de mayo.
Platón y los clásicos hablaron mucho de felicidad, pero nunca le achacaron al gobernante la obligación de hacernos felices, de hecho eran algo pesimistas sobre nuestra capacidad de ser felices. Los dioses son felices, los hombres pueden alcanzar una sombra de felicidad a base de vivir como los dioses, y no los dioses disolutos paganos, sino el Dios Sumo Bien.
El conocimiento de Dios nos lleva a la felicidad, pues su contemplación, como sumo Bien, Verdad y Belleza, aquieta las ansias de nuestra espiritualidad. Pero realmente el conocimiento humano es limitado y parcial, y esa felicidad está marcada por esa limitación.
Pero ¿conocer es suficiente? También el diablo sabe que Dios existe y tiembla. Contemplar a Dios no es lo mismo que saber que existe, contemplar es amar. Para amar hay que tener cierta semejanza con el amado. Para asemejarse a Dios hay que obrar el bien. Eso nos hace relativamente felices y conocer el estilo divino: la dádiva.
Por eso los clásicos hablan del camino de la felicidad como el camino del hombre virtuoso. ¿Entiende alguien que nuestros políticos nos prometan que seremos felices y al mismo tiempo eliminen del diccionario la virtud y relativicen el bien? Es claro que gente así enseñan otros caminos.
Sólo con la revelación divina, con Dios entre los hombres, esa ansia de felicidad puede ser saciada, y eso porque se cuenta no sólo con nuevas claves, sino también con una especial ayuda de Dios.
Los políticos no pueden sustituir a Dios para hacernos felices, pero, al menos, deben respetar su acción y no poner zancadillas para impedir que conozcamos ese mensaje divino. Es claro que la hostilidad contra el cristianismo es también un empeño en cerrar puertas que llevan al hombre hacia la felicidad, es un modo de gobierno hostil al hombre al tiempo que es hostil a Dios.
Speeman muestra que hay un rumor inmortal sobre Dios y su existencia, pero lo están intentando acallar ya desde hace siglos, desde el infantil argumento de los socialistas rusos: "ahora que has ido al espacio, has visto ahí a Dios... luego no existe", al sutil planteamento Nietzche afirmando que "no nos libraremos de Dios hasta librarnos de la gramática" o bien Bertold Brecht que sostiene en boca de alguno de sus personajes que "él no necesita de Dios para cambiar su modo de obrar", si bien debería decir "necesito que no exista Dios para obrar como lo hago".
Tanto empeño contra la luz de la filosofía clásica que auna nuestra felicidad a la cercanía de Dios nos debe hacer pensar que estamos construyendo sistemas contra la felicidad del ser humano concreto, eso sí, enarbolando banderas de novedades que o nunca se han probado o son remiendos de sistemas que ya han dado sus malos frutos.
Por eso el hombre si quiere ser feliz tendrá que remar en otra dirección, volver a los clásicos, intentar hacerse bueno con el obrar virtuoso, intentar robar un poco de la dicha de los dioses sembrando el bien y procurando aparcar a los obsoletos encantadores de serpiente, colocando en la cúspide social y del gobierno a otros que también sean virtuosos y prudentes, que contemplen la vida y la acompañen, en vez de jugar a experimentos con humanos.
frid
2 comentarios:
El primer párrafo es contundente. Nadie puede otorgar la felicidad a nadie, es un estado mental que fluye del corazón, de saberse en paz.
Claro que hay quien puede influir en esta felicidad o infelicidad por sus obras, pero lo cierto es que la felicidad ni se compra, vende, ni regala.
La serpiente aún encanta, aún. Cada vez a menos, pero, ¡son tantos y tan necios!
He de reconocer, Leona, que has dado en el clavo.
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