miércoles, abril 14

El peligro del Optimismo social

Leyendo a Messori en su libro "Por qué creo" me ha saltado una alarma cuando habla de dos modos de entender la debilidad humana: los de izquierdas son los optimistas, los que no creen en el pecado original y confían en que sólo progresando y eliminando la conciencia de culpa, mejorarán al ser humano. Pero ¿es cierto lo que afirma de que los de derechas son los pesimistas, que piensan que el pecado original ha dañado tanto al hombre que es incapaz de bien alguno y hay que aturdirlo con la ley?

Quizá esa afirmación sea una simplificación de dos tendencias humanas entre las que los católicos nos encontramos: la constatación de nuestra debilidad y la continua ayuda de Dios. Nosotros somos optimistas porque tenemos dos refranes constatados por la experiencia: "Dios no permite que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas", y "No hay pecado que Dios no pueda perdonar".

Pero cuando se es optimista pivotando todo en el propio esfuerzo nos encontramos con el voluntarismo de Pelagio. Si pensamos que el mal deriva de la "organización" nos encontramos con el buen salvaje de Voltaire (por cierto, los animales salvajes son fieras entre las que la ley es la "ley de la fuerza", su orden no tiene ni compasión ni cuidado del débil, sino todo lo contrario). Si pensamos que el mal deriva de la "mala organización" tendremos los distintos tipos de "progresismos", de construcción social buscando paraísos: el mal llamado paraíso proletario (con millones y millones de víctimas) y el paraíso del placer y de la salud actual con sus millones de víctimas entre niños no deseados en el seno de la madre, la eugenesia preventiva y la eutanasia liberadora. Un paraíso que se acaba irremediablemente para todos pasando de verdugo a víctima cuando los achaques empiecen a poseernos.

Pero también hay un optimismo de derechas, derivado de una visión liberal no corregida por la realidad: pensar que todo se arregla por las leyes del mercado, como si fuese el mercado un sistema moral que sustituya la maldad o la ambición humana. La avaricia como ley trae el abuso. Por eso, para que el mercado funcione, se requiere un sistema de leyes que fuerce a cumplir los compromisos derivados del contrato, así como para evitar los abusos que pueden surgir desde una posición de monopolio.

Los pesimistas tienen su precursor en Platón con la consideración del cuerpo como cárcel del alma como consecuencia de un pecado anterior. Los cátaros intentaron liberarnos de la corporeidad. Los maniqueos hicieron la guerra al Dios del mal acusando a la materia de todo lo caduco y corrupto, como si la soberbia y el orgullo fuesen pecados corporales. Lutero desesperado acabó rendido con su "crede fortiter et peca fortiter", o lo que es lo mismo "de perdidos al río". Y de ese pesimismo surgen otros totalitarismos, como el de Calvino, o el de la Ley islámica: en nombre de Dios intentamos instaurar el reino de los justos en la tierra (menos mal que el Islam impone un sistema muy sencillo de justicia, y de paso reduce a la mujer a la actitud de sierva del marido, con el silencio culpable del feminismo). Más modernos son esos sistemas que algunos dicen de "derechas" pero que su origen es el socialismo apellidado "nacional-socialismo" que a base de disciplina y "que nadie se cantee o piense lo contrario" hacen a todos desgraciados, o a los que mandan en carceleros.

En definitiva, esas tendencias simplificadoras generaron sistemas que se demostraron anti humanos y sociedades que no dieron el fruto que reclamaron.

Suena como luz la afirmación de Messori referida a los cristianos: el et, et... o bien el non, non. Libertad y responsabilidad; optimismo y realismo; confianza y poder de la ley; o bien ni tan espirituales que nos olvidemos la parte animal, ni tan materiales que nos olvidemos de la poesía.

Es más liberador saber que tenemos conciencia, que nos reprocha el mal que hacemos; que hay una falsilla para no errar. También libera ver cómo el ser humano real, el de carne y hueso, es barro y oro mezclado: capaz de heroísmos y vilezas. Pero lo que más libera es el tesoro que tenemos los católicos: el sacramento de la confesión, que en nombre de Dios perdona nuestros inevitables desvaríos.

Y, para los no cristianos, que sepan que ese tesoro implica un propósito real de mejora de vida: es un pedir perdón y cambiar... Sí, ahí está el cambio social, el que nos hace mejores uno a uno y, casi sin darnos cuenta... el campo está lleno de flores porque ha llegado la primavera.

Así cambiamos el mundo: cambiando nosotros, nuestros familiares, nuestros amigos, nuestros conocidos... y el círculo se va ensanchando.

frid

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