miércoles, septiembre 29

Un mundo relativo, pero una ideología impositiva

En una charla de café comentaba la imposibilidad de construir una sociedad desde el subjetivismo filosófico. Si se niega la capacidad de conocer la verdad, el mundo exterior, y se sostiene que todo son apariencias o que no hay nada real salvo mi propio pensamiento, nos convertimos en unos autistas filosóficos y no tenemos autoridad moral para imponer o proponer nada a nadie.

Sin embargo la realidad es otra: los mismos que sostienen que los sentidos son incapaces de abrirnos al mundo real son los que más imponen ese axioma y de un modo coercitivo.



Ellos, que niegan a los sentidos y a la inteligencia su función propia, los que niegan la realidad de la vaca que ven sus ojos, ni tienen ningún reparo de pedir un "chuletón poco hecho" o un café con "leche del tiempo". A su vaca "relativa" no le sirvió la subjetividad para sobrevivir tranquila paciendo hierba.

Chestertón comentaba que le gustaría escuchar una conversación de esos filósofos con un campesino inglés. Entendía, con razón, que más que filósofos, pensaría que estaba delante de unos locos muy locos.

Esos relativistas con respecto al bien y a la verdad no lo son tanto ante su propio interés y no atesoran dineros imaginarios, sino euros bien reales por los que se afanan, a veces se corrompen y con los que adquieren mansiones de piedra pesada, no de globos de colores. El mundo real se impone cuando les habla de su propio interés, porque en otro caso bien que basta dejar suelta a la imaginación para soñar y soñar en mundos imaginarios.



Su sueño también es de poder, y de poder real, todo muy bien planificado y de acuerdo con otros "soñadores relativistas" que en eso no se equivocan y programan una sociedad en la que su poder sea soberano y perpetuo.

Curioso relativismo que hace la guerra a Dios, a la familia y a la vida humana desde su concepción, así como a la libertad de educación con un empeño, rabia y sectarismo que no tiene nada de "sueño" ni de "video-juego".



Nos venden un sistema filosófico en el que la voluntad construye todo su querer, pero es la voluntad de "ellos", de los progresistas que han pasado de ser el "alma" de la masa social del marxismo a ser la "mente pensante" del Universo. "Chapucean" a Dios, nos esclavizan y hacen infelices, mientras que sus vacas imaginarias surten sus comidas en restaurantes de postín, sus ladrillos de aire forman parte de sus mansiones señoriales y su incierto mundo exterior se conforma con sus leyes inicuas.

frid

jueves, septiembre 23

El Infierno en una charla de café

 
 
 
El otro día, en una conversación sobre un padre de la patria, salió a colación su declaración oficial de ateísmo. Preguntado sobre Dios al final de sus días contestó  algo así como:"espero no encontrármelo" o "no me hace ninguna falta"... ese procer laico falleció, como todo ser humano acaba haciéndolo, es algo inevitable a nuestra condición.
 
Comenté que si ese señor se empeñaba, lo más probable es que "no encontrara a Dios", o más bien que se diese una "desagradable sorpresa" y le tocase toda una eternidad ya sin poder encontrarlo.
 
Mis interlocutores, todos buenísimos, se revelaron en masa: ¡pero si no hay infierno!, luego más sosegados me preguntaron: ¿hay infierno?
 
Yo hice la respuesta gallega: "Dios nos ha creado libres, capaces de amarle y de negarle. Y no violenta nuestra libertad: el que se empeña en no estar con Él, no lo estará", de todos modos mis interlocutores, si hablan de Hitler, a ese sí que le ponen en el Infierno. Yo no sé si estará ahí, méritos hizo. Pero igual que él hay monstruos contra la humanidad que podrían tener tantos deméritos como él: Stalin, Lenin, Mao y tantos otros genocidas.
 
Si creemos en la inmortalidad del alma, o si racionalmente nos adherimos a esa hipótesis bastante bien fundamentada por la razón, el alma en algún lugar debe estar. Y es claro que la soberbia humana del "no necesitar a Dios", parecida al "non serviam" de Lucifer, no va a cambiarse por arte de magia. La capacidad de elegir ya ha acabado y el tiempo de misericordia también. Después de muerto está el tiempo de la justicia.
 
Si alguno no cree en la inmortalidad del alma, puede sostener que no hay ni infierno, ni cielo, ni nada. La razón tiene argumentos sólidos para lo contrario: para la inmortalidad, para la existencia de Dios, para el juicio final según nuestro obrar. Pero ellos son muy libres, así nos hizo Dios, de hacer el acto de fe en negativo.
 
Sin embargo mis interlocutores se decían católicos, lo que da dos supuestos: creen en Dios y creen en el Juicio Final. Por otra parte su cultura humana es grande, no construyen un edificio sin calcularlo, sin garantías, sin estudiar la cimentación. Se documentan. Pero para el tema más importante de su vida se manejan por meras opiniones sensibleras: "Dios es misericordioso, y ¿cómo va a condenar a alguien al Infierno?
 
Nadie niega la misericordia divina, pero si se documentan verán que Cristo, que nos quiso tanto que murió en la cruz por nosotros, habló muchísimas veces del Infierno; que el Credo habla del Juicio final, de buenos y malos; que hay gentes que no quieren a Dios y que obran en contra de sus preceptos y que libremente no se arrepienten.
 
Creo que les conviene, en esos temas, ser al menos tan serios como en el ejercicio de su profesión y aplicar el coeficiente de seguridad: no negar la existencia del Infierno, pues Cristo habla de él, y poner los medios para que ni ellos ni sus amigos puedan estar entre los que han comprobado por propia experiencia su existencia.
 
frid

viernes, septiembre 17

Políticos: que ni se noten

La calidad de un producto hace que éste parezca natural, que no desentone, que cuando se contemple parezca que su lugar, el de siempre, es ese... que ha nacido para estar ahí.



Yo creo que el político debería ser algo así como la sal: da sabor, fomenta la convivencia, impulsa el progreso, pero sólo una mente aguda puede darse cuenta de la cantidad de cosas que hace de modo callado y silencioso.

Sin embargo alguno me dirá que soy un utópico, que el sueño de todo hombre público es tener en la plaza de su pueblo una estatua de bronce donde las palomas posen y dejen sus deposiciones, que se estudie lo que han hecho en los libros de Historia y dejar una huella imborrable de su servicio a la Humanidad. Trabajan para la galería y construyen mundos de papel cartón que, a pesar de sus intentos, no son estables como nada de lo humano.


Político y "conducator" parecen aunarse cuando surge algún iluminado en la arena pública. Y ¿cuántos no son iluminados? O mejor ¿Queda alguno normal que conozca su propia capacidad?

Adquirir el poder y pensar que uno es un ser distinto a los demás, con misión mesiánica y con la obligación de reestructurar la sociedad según sus novedosas ideas es todo uno.

Y, realmente, la política no está hecha para "revolucionar la convivencia" sino para "acompañar el desarrollo de la sociedad". Ocasionalmente hay momentos en los que es preciso intervenir de modo fuerte para evitar una epidemia, resolver una crisis de caballo, enfrentarse a una invasión, resolver el problema del hambre en el país o fuera de él, invertir medios para encontrar la cura del Sida, del paludismo, de la peste. Pero en circunstancias ordinarias, ante una sociedad sana, la actitud "paternal" del político no puede ser paternalista.

La vida sana no necesita al médico, pero va con regularidad a hacerse una revisión. La sociedad sana no necesita que el político se haga omnipresente, sino que esté vigilante para mantener la salud de su pueblo.

Y, ahora, cuando los políticos en vez de facilitarnos la vida intervienen hasta en el modo en el que debemos pensar, es más necesario que nunca recordar que su labor no es la del intruso, ni la del predicador, ni la del educador... sencillamente la del cuidado de la cosa pública, de la armonía de la convivencia y de las condiciones de desarrollo y paz entre su pueblo y con los demás pueblos.


Hoy los políticos sobreactúan y la sociedad, los ciudadanos de a pié, estamos hartos de tanta estulticia, porque si no fuesen tan "marujas" su idiotez y su falta de calidad "actual" no se notarían tanto. Y, pienso, viviríamos mejor porque no se dedicarían a "no dejarnos vivir".

frid

miércoles, septiembre 15

Felicidad, un derecho que se conquista

Curiosamente los políticos prometen aquello que no deben y no así aquello que es su obligación. Nos prometen salud, bienestar, felicidad, placer y no se plantean que su labor no es esa, sino facilitarnos los medios para que, desde nuestra libertad, elijamos lo que nos conduzca a esos objetivos.

El hombre busca ser feliz, pero ese es un estado personal e intransferible, que es fruto de su propia vida. El bienestar y la salud son medios que pueden incluso faltar, la salud se pierde tarde o temprano. El placer es un estadio temporal, nos proporciona a veces momentos de felicidad, siempre euforia, pero se agosta como flor de mayo.

Platón y los clásicos hablaron mucho de felicidad, pero nunca le achacaron al gobernante la obligación de hacernos felices, de hecho eran algo pesimistas sobre nuestra capacidad de ser felices. Los dioses son felices, los hombres pueden alcanzar una sombra de felicidad a base de vivir como los dioses, y no los dioses disolutos paganos, sino el Dios Sumo Bien.

El conocimiento de Dios nos lleva a la felicidad, pues su contemplación, como sumo Bien, Verdad y Belleza, aquieta las ansias de nuestra espiritualidad. Pero realmente el conocimiento humano es limitado y parcial, y esa felicidad está marcada por esa limitación.

Pero ¿conocer es suficiente? También el diablo sabe que Dios existe y tiembla. Contemplar a Dios no es lo mismo que saber que existe, contemplar es amar. Para amar hay que tener cierta semejanza con el amado. Para asemejarse a Dios hay que obrar el bien. Eso nos hace relativamente felices y conocer el estilo divino: la dádiva.



Por eso los clásicos hablan del camino de la felicidad como el camino del hombre virtuoso. ¿Entiende alguien que nuestros políticos nos prometan que seremos felices y al mismo tiempo eliminen del diccionario la virtud y relativicen el bien? Es claro que gente así enseñan otros caminos.

Sólo con la revelación divina, con Dios entre los hombres, esa ansia de felicidad puede ser saciada, y eso porque se cuenta no sólo con nuevas claves, sino también con una especial ayuda de Dios.

Los políticos no pueden sustituir a Dios para hacernos felices, pero, al menos, deben respetar su acción y no poner zancadillas para impedir que conozcamos ese mensaje divino. Es claro que la hostilidad contra el cristianismo es también un empeño en cerrar puertas que llevan al hombre hacia la felicidad, es un modo de gobierno hostil al hombre al tiempo que es hostil a Dios.

Speeman muestra que hay un rumor inmortal sobre Dios y su existencia, pero lo están intentando acallar ya desde hace siglos, desde el infantil argumento de los socialistas rusos: "ahora que has ido al espacio, has visto ahí a Dios... luego no existe", al sutil planteamento Nietzche afirmando que "no nos libraremos de Dios hasta librarnos de la gramática" o bien Bertold Brecht que sostiene en boca de alguno de sus personajes que "él no necesita de Dios para cambiar su modo de obrar", si bien debería decir "necesito que no exista Dios para obrar como lo hago".

Tanto empeño contra la luz de la filosofía clásica que auna nuestra felicidad a la cercanía de Dios nos debe hacer pensar que estamos construyendo sistemas contra la felicidad del ser humano concreto, eso sí, enarbolando banderas de novedades que o nunca se han probado o son remiendos de sistemas que ya han dado sus malos frutos.

Por eso el hombre si quiere ser feliz tendrá que remar en otra dirección, volver a los clásicos, intentar hacerse bueno con el obrar virtuoso, intentar robar un poco de la dicha de los dioses sembrando el bien y procurando aparcar a los obsoletos encantadores de serpiente, colocando en la cúspide social y del gobierno a otros que también sean virtuosos y prudentes, que contemplen la vida y la acompañen, en vez de jugar a experimentos con humanos.

frid

lunes, septiembre 6

Ordenaciones de Sacerdotes en Torreciudad


Este domingo se han ordenado sacerdotes dos agregados del Opus Dei, el gerundense e ingeniero técnico Josep-María Viñolas Esteva, y el mexicano e informático Mario Vera Juárez. La ceremonia corrió a cargo del Prelado del Opus Dei, Monseñor Javier Echevarría y tuvo lugar en el Santuario mariano de Torreciudad.

El Santuario, ubicado en el entorno del Embalse de El Grado, ofrecía un aspecto magnífico, cielo azul, azul del agua, luz y un amanecer algo fresco que hizo muy agradable la acogida.

La Iglesia estaba llena a rebosar de fieles que quisieron arropar con su cariño a los nuevos sacerdotes y estar cerca del Prelado del Opus Dei. El ambiente era familiar y muy acogedor como podían afirmar los familiares de los nuevos sacerdotes.

El Prelado habló en la Homilía de muchos temas, y estarán recogidos en la web del Opus Dei, sin embargo puedo resaltar que habló de unidad y lealtad de los católicos, de amor al Papa Benedicto XVI, de quien trajo la Bendición Apostólica para los nuevos sacerdotes, familiares y asistentes a la ceremonia, de la misión del sacerdote y de la figura de San Josemaría Escrivá, así como del amor a la Virgen, en especial a nuestra Señora de los Ángeles de Torreciudad.

El Prelado interpeló a los presentes para ser otro Cristo, preguntando a cada uno en su corazón: "¿Cunde a tu alrededor el amor de Dios?", ¿donde? ¿en tu trabajo, en tus amistades, en tu hogar?

También habló de la labor del sacerdote, de los sacramentos de la Eucaristía y de la Confesión, pidió que "tratásemos bien a Jesús Sacramentado" y habló de la mayor grandeza del sacerdocio: Dios se abandona en seres humanos para manifestarse, en los sacerdotes.

Después de la Santa Misa, por la tarde, hubo una tertulia de Monseñor Javier Echevarría con los nuevos sacerdotes, sus familiares y los miembros de la Obra y amigos que acudieron, una tertulia que fue prolongación del ambiente de familia del Opus Dei, que se extiende a los cooperadores, familiares y amigos de sus miembros.

En definitiva, una jornada entrañable que deja con hambre para repetirse.