Libertad de conciencia implica que uno debe seguir su propia conciencia y nadie puede obligarle a ir contra ella. Eso justifica la objeción de conciencia. Pero, como bien afirma Benedicto XVI, se exige que se forme la conciencia ya que puede haber una "conciencia culpable", la del que no indaga adecuadamente la verdad de las cosas o su conveniencia.
Por conciencia culpable Hitler pudo interpretar que hacía un bien a la humanidad eliminando una raza humana; por esa misma conciencia culpable los defensores del aborto justifican la eliminación del niño en el seno materno. No tienen razones para ello salvo su "voluntad soberana".
Libertad de la conciencia significa exactamente que es bueno lo que yo defino como bueno: mi conciencia se convierte en norma de moralidad. Eso es exactamente lo que dice Rodríguez Zapatero cuando habla de "mi libertad me hace verdadero", o cuando el progresismo habla de "libertad". Marcelo Pera comenta que ese relativismo es la concepción actual del liberalismo postmoderno, que es sencillamente o progresismo o, incluso, el "socialismo liberal".
Y de ahí se deriva, como no es posible que todos definamos la misma verdad con voluntades diferentes, que se abrogue el Estado el papel de poner orden a esa jaula de grillos y de definir como verdad ya no la voluntad individual, sino la voluntad colectiva a través del Parlamento.
Así, sin un orden moral anterior a la ley, sin la impresión del bien en la conciencia, sin la posiblidad de captarlo en la naturaleza, se llega a la tiranía del Estado y a la imposición de la norma por la mayoría. Y se equipara "norma jurídica" a "bondad ética".
Le comentaba a mi amigo Humberto Vadillo que esa era la razón por la que sin Dios se llega a la tiranía. Con la aceptación del ser criatural, creado con una naturaleza, se parte de esa naturaleza y las leyes que la rigen para instalar en las Constituciones, una defensa de la persona superior e inalienable.
Desde la concepción de criatura cabe decir al Estado que mi vida, mi libertad, mi derecho a formar una familia y a educar a mis hijos, mi derecho a asociarme, son anteriores al Estado y son derechos inalienables e irrenunciables.
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