Es muy peligrosa la mentalidad "progresista" que, al tiempo que afirma que tenemos más derechos que antes, nos los otorga por ley, como algo gratuito y, de paso, los regula.
Los derechos fundamentales se reconocen, no se regulan. Sólo se regula la situación de conflicto y las situaciones dudosas. El derecho a la vida es absoluto y no cabe una normativa que lo desarrolle. Pero cuando se otorga el derecho al aborto se ha eliminado el derecho a la vida del niño en el seno materno. Se han relativizado todos los derechos.
La libertad es algo connatural al ser humano, y por tanto no se otorga, pero su ejercicio puede entrar en conflicto con la libertad ajena, por eso cabe la regulación de su ejercicio en esos ámbitos, pero no así en otros. ¿Cabe acaso establecer una normativa para determinar nuestra libertad de pensar? Sin embargo cabe la normativa que impida que nuestra expresión sea una difamación o una calumnia. No se limita el derecho a la libertad de expresión sino al uso de la palabra como arma arrojadiza contra nuestro prójimo.
La esencia de los derechos impresos en la naturaleza implica su preexistencia antes de cualquier organización social. El Estado suele garantizarlos en una Norma Superior, la Constitución, que en esos aspectos muestra realidades que están por encima de la capacidad humana de cambiar u organizar la realidad. Mentir, matar, robar son acciones siempre contra natura. Pero al mismo tiempo el derecho a formar una familia, el derecho a la educación en libertad de los hijos, el derecho a la vida, son derechos que ningún Estado puede conculcar.
El legislador "progresista" intenta construir la realidad desde cero, inventando una nueva naturaleza. Si tenemos la suerte de que sus primeros presupuestos coincidan con los derechos humanos, no se notará mucho la trampa: "otorgar libertades que no reconocerlas". Pero no es esa la realidad del siglo XXI.
Hoy en día se regula todo, se tiene un exceso de normativa en la que por una parte se otorgan libertades contraponiendo el Estado a la Familia y haciéndose el Estado con la tutoría y educación de los hijos orientándoles habitualmente a la corrupción sexual y de valores. Pero al mismo tiempo se restringen las libertades básicas, las derivadas de la naturaleza del ser humano: la vida del no nacido, la buena práctica médica, el derecho de los padres a la educación de los hijos.
El Estado del Siglo XXI está hipertrofiado y, además, ofrece como "progreso" una construcción idealista que ya es un fracaso del siglo XX: la violencia doméstica, la inestabilidad de nuestros jóvenes y adolescentes con los conflictos generados contra la paz social y su propia salud, el fracaso escolar, la destrucción afectiva derivada del aborto o del divorcio son los frutos de sus ideales sociales.
Curiosamente la naturaleza muestra con los frutos de las leyes anti-natura, la realidad del recto orden social como contrapunto.
Hoy en día el derecho, amparado en mayorías amplias o exiguas, se construye contra la vida y violenta las conciencias. La res pública ha invadido la res social y la res personal. Ya había confundido todo lo público o social como de ámbito estatal, ahora está empeñado en disolver las relaciones familiares otorgando o quitando derechos de padres e hijos; y, también la conciencia del ciudadano implantándole nuevos modos de valorar el bien y el mal acorde al apriorismo progresista.
No entender que el derecho emana del ser natural del hombre, de la persona real, no jurídica y que ese ser humano es "criatura" y, por tanto está referido al Creador de la vida, hace que el más poderoso, que es el Estado, sustituya a Dios y, también, a la persona y su conciencia.
Por eso estos tiempos son tiempos de crisis del Estado. Le hemos dado demasiado poder y, después, hemos dejado a unos iluminados que lleven el timón.
frid
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