Alguno podría pensar que la Ley andaluza de "muerte digna" es un gran avance social, pero ¿acaso antes no era digna? Eso hace sospechar que en el término de "muerte digna" hay un intento de manipulación del sentido de las palabras y un forzar una vez más al diccionario de la Lengua Española. Y, me temo que detrás se encuentra el "suicidio asistido" ante la falta de calidad de una vida que termina o resulta molesta.
María Dolores Espejo, presidenta de la Fundación Bioética, afirma que "lo peor de la mal llamada ley andaluza de muerte digna, es que no tiene ningún sentido" (1); lo que sería verdad si estuviésemos hablando con los significados normales de las palabras. Y eso cae bajo sospecha ante el énfasis en negar la objeción de conciencia de los médicos y la imposición de un comité bioético externo, probablemente de alto componente político.
Algunos jóvenes pueden pensar que "no va esto con ellos", rebosando salud por todos los poros de su cuerpo no piensan que estas leyes que regulan la eutanasia puedan afectarles. Y, con esa cultura dominante de confundir pensamiento con sentimiento, llegan a desentenderse del enfermo porque ha vivido mucho, porque así puede descansar de su sufrimiento, porque ya ha incordiado bastante el abuelo.
Expertos en enfermos terminales afirman que cuando "piden morir" lo que están haciendo es llamar la atención a médicos y familiares para ser atendidos. Cuando se les alivia el dolor, se les escucha en sus angustias, se les acompaña en su soledad, dejan de pedir morir, porque en el fondo lo que quieren es no sufrir, sentirse acompañados y captar el sentido del dolor.
Donde la eutanasia, o mejor dicho, el suicidio asistido es ley, los abusos son una constante: los médicos cambian esencialmente su papel, dejan de ser los "luchadores para la vida" y se convierten en "administradores de la vida". Y con esa opción pueden enmascarar fácilmente un error médico, resolver las incomodidades que causa un enfermo, complacer el egoísmo de los familiares, o -lo que es más grave- ahorrar en las arcas de la Sanidad Pública y paliar déficit sanitarios.
En esos países y, con estas leyes que abren la puerta al suicidio asistido, se ha pasado al asesinato por compasión y se ha generado una gran desconfianza de los enfermos terminales y de los ancianos con los médicos.
Ingresar en un hospital en el que se practique la sedación al estilo Doctor Montes, haría temblar a toda persona consciente de ello, podría pensar y no sin razón "me llevan al matadero", "me aparcarán en boxes, sedado y de ahí a la vida eterna".
Por eso, cuando al Doctor Montes se le denomina el héroe de la sedación, cuando IU ante la ley andaluza de la muerte digna "exige al gobierno de Rodríguez Zapatero" que sea valiente y legisle sobre el suicidio asistido, es preocupante el empeño andaluz por garantizar la muerte digna. Ya la "cultura" socialista ha ido sembrando frases que muestran a las claras lo que es el empeñarse en la cultura de la muerte: el pre-embrión para matar seres humanos, el ser vivo pero no humano, la protección del niño no nacido a través de la ley Aído, nos hacen sospechar que no pretenden dignificar la muerte sino amparar a sus "sedadores de oro", más aún cuando en la ley andaluza queda muy ambigua esa práctica, indefinido lo que es un enfermo terminal y confuso lo que es ensañamiento terapéutico.
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