La virtud arrojada fuera de la arena política
Hubo un tiempo en el que la ley del más fuerte no era discutible. Los Imperios se sustituían unos a otros, incluso en la Grecia clásica "hombre" realmente era el griego, los demás eran legítimo objeto de conquista.
Cesar llegó a ser Emperador utilizando la propaganda y el engaño, además de una estrategia brillante como militar invicto.
Vino una época en la que los gobernantes se dejaron impregnar del espíritu cristiano, y construyeron sistemas políticos con defectos, pero en los que la justificación, al menos teórica, era el Bien de los súbditos y el recto orden de la Justicia.
Pero llegó el Renacimiento, la época en la que el hombre redescubrió al HOMBRE e intentó reconstruirse desde la mirada a la sociedad previa al cristianismo. Italia se deslumbró en su antiguo Imperio y le rodeó de un aura en la que le perdonó de sus múltiples excesos.
No recapacitaron sobre que Roma era una sociedad que basaba su economía en la esclavitud, el dominio sobre los demás pueblos y la guerra como sistema de peculiar comercio exterior.
Maquiavelo redefinió el arte de la política y en "El Príncipe" despojó al gobernante del traje de la virtud moral para revestirlo con la virtud política, siendo esta última todo lo que conviene para mantenerse y ampliar el poder personal.
Se sustituyó el bien común por la conveniencia del gobernante y, desde entonces, la senda de la política no sólo ha sido distinta a la de la moral sino que se ha ido alejando más y más de los presupuestos morales.
Las virtudes clásicas se convirtieron en una rémora del Poder. La razón del Estado justificó acciones que, individualmente, estaban incluidas en el código penal. Y llegó Nietche que definió la moral de esclavos y la del superhombre, un pensamiento que ya estaba latente en la exaltación de Napoleón o en "Crimen y Castigo" de Dostoyeski.
Del individuo se pasó al grupo social, del grupo al Partido y, del Partido al Estado. Y se crearon sistemas amorales basados en el dominio de unas personas sobre otras, de unos pueblos sobre otros, y generaron las aberraciones comunista y el nazismo. Sus crueldades se hicieron manifiestas, pero los constructores de nuevos órdenes mundiales no retornaron a basar la ética del político en la moral y en las virtudes clásicas.
Hoy el bien, redefinido desde la esfera política, es el que decide la "mente colectiva" a través del Parlamento. Y esa "mente colectiva" establece los cauces de poder para implementar sus nuevas sociedades de diseño.
El político es, muchas veces, sólo el timonel de tamaño desatino.
Necesidad de un nuevo humanismo
La experiencia de la vida política en pleno siglo XXI demuestra lo complicado que se tiene, en Occidente, acceder a cargos importantes si se mantienen sólidos principios morales. Ya van dos Comisarios europeos frustrados por tener ideas claras sobre la familia o sobre la vida.
El sentir social califica de fundamentalista o retrógrado al que defiende ideas que no son políticamente correctas y, muchas veces, son las ideas que se elaboran desde un correcto razonamiento. Parece que es igualmente válido un matrimonio estable que una situación que deriva en divorcio, el dejar nacer al niño en el seno materno que el matarlo, sentir los atractivos naturales ante la persona del otro sexo y construir una familia que una unión entre dos iguales. Y algo nos dice que el recto orden social debe primar el recto orden familiar y natural del ser humano.
Debe existir una clave para que la política se reencuentre con la ética, y, además, que sea una política triunfadora, de vencedores. Y eso sólo será posible si el hombre vuelve a armonizar voluntad y razón, poder y virtud, proyecto social y bien común.
Los ciudadanos de Florencia se quejaban a Maquiavelo porque con sus escritos había dado armas al tirano. Él les respondía que también les había dotado de armas para derrocarlo. Pero, en ambos casos, podrían ser modos salvajes de obrar: violencia frente a violencia, tiranía personal frente a la tiranía de las masas.
Hay un engaño detrás de la ética del poder, un engaño que esclaviza a una multitud, que es preciso desenmascarar.
Cuando el poder lo ejerció un individuo, el Tirano pasó a denominarse Führer y esclavizó pueblos para subyugarlos a un nuevo Esparta más cruel y sangriento. Cuando el poder cayó en el Partido la esclavitud también se impuso y todavía mantiene Campos de Concentración que denomina "cárceles políticas". Y ¿qué pasará cuando el poder tiránico caiga en el Parlamento?
Los parlamentos democráticos todavía disponen de mecanismos de relevo. Pueden echar marcha atrás de leyes inicuas como la del aborto, pero para ello es preciso un cambio tanto de los dirigentes como del sentir popular.
No podemos engañarnos pensando que la imposición del aborto es obra de unos pocos degenerados. Más de un millón de abortos en un país de cuarenta millones de habitantes como es España, muestran que la sociedad, aunque democrática, está muy enferma y es incapaz de regirse por el bien sin que se haya producido un cambio en las conciencias.
Individualmente el bien y la virtud han sido sustituidos por el placer y la conveniencia.
Sólo iluminando las conciencias, mostrando la luz de la verdad, puede detenerse ese proceso descompositivo.
La Conferencia Episcopal española lleva ya dos campañas intentando despertar nuestra conciencia, la última "Es mi vida, ¡está en tus manos!" Y no es en absoluto una campaña religiosa, pero ¿qué otra institución está peleando por cambiar el paradigma social?
Necesitamos un nuevo humanismo aceptado mayoritariamente para poder cambiar un sistema que, al menos teóricamente, tiene mecanismos para ello.
Hay mecanismos para el cambio.
Mientras la sociedad no se imponga la restricción de libertad que derive en una nueva tiranía de Partido, puede cambiar con el ejercicio del sistema democrático.
El otro día el Instituto de Política Familiar exigió a Rajoy un compromiso para, si llega a gobernar España, derogar la inicua "Ley del aborto", días antes yo mismo señalaba que era preciso exigir a los políticos claridad sobre los temas clave y no regalarles el voto a la ligera.
Además hay grupos, como el "no llamemos aborto al asesinato" del que formo parte en facebook, que pretenden llamar a las cosas por su nombre. La verdad en el decir facilitará la verdad en el pensar y en el obrar.
Saber que al practicar un aborto o facilitarlo se está matando a un ser humano es un revulsivo para no hacerlo. Los eufemismos engañan y enturbian las conciencias. ¡Benditos remordimientos del que no se miente a sí mismo cuando obra el mal!
Si al político que miente se le castiga socialmente con el ostracismo, si al que llama "progreso" a lo que es una práctica aberrante se le define como tal, estamos facilitando el cambio.
Entiendo que la política real sea la del poder cuando la mayoría de los hombres se mueven sin criterios morales, pues ellos mismos se despojan de la razón práctica; pero también espero que si la mayoría comienza a moverse por criterios morales, no gusten de elegir para que les representen a aquellos que, por inmorales, no dejarían entrar en su casa ni podrían de tutores de sus hijos.
El cambio así, es posible aunque nadie afirma que sea fácil.
frid
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