jueves, marzo 19

El tesoro de un pueblo: La ley

El Antiguo Testamento está lleno de perlas de sabiduría. Ésta se recoge en el Deuteronomio, además de mostrar al pueblo judío que su Dios está mucho más solícito con ellos que los "dioses" de los pueblos vecinos. "¿cual es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy?"
 
 
La ley justa es un tesoro, su aplicación en la sociedad genera paz y unas condiciones de seguridad que fomentan, de modo natural, su desarrollo y crecimiento.
 
La ley judía era de "estricta justicia". La ley cristiana añade la "misericordia". Dios a los judíos se manifestó con gran solicitud y afecto, con imágenes de Esposo fiel. A los cristianos nos enseñó el "Padre Nuestro".
 
Ambos pueblos tienen un gran depósito: la ley. Y hoy pueden preguntarse también ambos ¿hay algún pueblo que tenga las leyes justas que tenemos nosotros? Y, probablemente tendrán que responder que no, que su riqueza es exclusiva de ellos y de las naciones que todavía no han renunciado a la herencia judeo-cristiana.
 
Las leyes humanas pueden ser injustas. El legislador humano lo ha demostrado a lo largo de la Historia, incluso elegido democráticamente y votando la ley en referéndum. Los hombres "pueden atarse voluntariamente cadenas", pueden consagrar en plebiscito a un tirano, pero también derechos que violan la ley natural, de hacen que las leyes se corrompan y dejen de serlo.
 
Una ley que no protege al ciudadano más desvalido sino que lo entrega al tubo de ensayo, a la mesa del laboratorio, a la selección eugenésica, o que le acorta la vida "por carecer de calidad" es un empobrecimiento y una brecha por la que "todo lo demás será posible".
 
La Madre Teresa de Calcuta afirmaba algo así como que "quien es capaz de matar el hijo de sus entrañas es ya capaz de cualquier otra cosa"; porque ha roto la relación más sagrada entre seres humanos: "madre e hijo" pasan a ser "madre e hijo asesinado".
 
Pero las leyes justas tienen la posibilidad de conocerse. El pueblo judío recibió la tabla de los Diez Mandamientos, que son leyes de orden natural. También el cristianismo tiene esa herencia, pero con el aceite de la caridad y del perdón.
 
Esos mandamientos son luces para todos los hombres. No hay ninguno que pueda decirse que es especial para un pueblo, ni siquiera el del Amor a Dios ya que "si existe" es natural la correspondencia de la criatura. Y es "bastante más que probable que ese Dios creador sea una gozosa realidad".
 


Cuando la humanidad pierde esa luz construye sobre tinieblas y su "Derecho" se tuerce, comenzando a darse situaciones de clara injusticia y de tensión sobre el hombre justo, sobre aquel que debería ser venerado como ejemplar por la ciudadanía.
 
Y, en nuestro caso, con la quiebra de la familia, la inseguridad de la vida humana desde su concepción, se han generado tensiones que impiden el correcto desarrollo de la persona y atentan contra la libertad de su conciencia; y se han eliminado personas humanas de un modo indiscriminado produciendo una pérdida irreparable de "cabezas pensantes" en la sociedad.
 
Hemos jugado a la ruleta rusa y no tenemos certeza de haber dejado vivos a los mejores, y tampoco queremos dejar de vivir bien si podemos "quitarnos el incordio de los hijos". Porque todos sabemos que el mejor es en primer lugar el más virtuoso, y eso no tiene mucho que ver con ser "un hombre físicamente perfecto" y también que la inteligencia tampoco va acompañada de la exaltación de la cultura del cuerpo.
 
No hay empresa que utilice el "método ciego" para selección de personal. La sociedad del aborto lo hace. Pero hay un nuevo impedimento a esa selección ¿quien soy yo para decidir sobre la vida?
 
frid

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente!!!!Sin ley no hay orden?? sabemos que leyes son buenas o convenientes?? que distintos que somos entre nosotros mismo...los hombres

cartapacio.liberal dijo...

La pregunta que planteas puede intentarse vislumbrar en el seno familiar, con frase de un amigo y ya santo, San Josemaría Escrivá: "nuestras madres no hacían propósitos para querernos". Eso significa que si seguimos la norma interior, nuestro recto juzgar, la ley externa se hace menos necesaria.

¿Te imaginas una nación en la que se tenga que legislar: "los padres deben querer a sus hijos, no deben abandonarlos y deben proveer su sustento y su educación"?

Si alguna vez eso fuese necesario, la sociedad estaría muy enferma.

Ahora decimos por parte de los poderes públicos. Las madres pueden matar el fruto de sus entrañas mientras sea un incordio, eso sí, antes de que nazca. ¿No es una legislación contra natura?

Las leyes injustas corrompen el sistema. Y así no es de extrañar que padres que han tenido hijos con deficiencias pidan, caso inglés y canadiense, a los médicos que "los desenchufen", que no les hagan sobrevivir. Y volvemos al dominio del "pater familia" de la pagana Roma sobre la vida de los hijos, un dominio absoluto en la tierna edad de la sinrazón.

Si hay orden interior, si se siguen los dictados de la recta conciencia las leyes necesarias son menores, y muchas serán aplicables a los "casos raros" que siempre hay. Y otras a esas leyes necesarias para el recto orden de la actividad exterior: el tráfico, las normas sobre impuestos, la limpieza de las calles y esas cosas menores.

Pero ¿seguimos el dictado de nuestra conciencia? Muchas veces no. Por eso es imprescindible un mínimo de leyes justas para salvaguardar la convivencia. Si el ambiente social es sano, además de la ley existe la costumbre, la presión social.

En un ambiente justo, el delincuente, el transgresor de la ley, tiene además de la pena civil o penal el rechazo social o el obstracismo. Eso hace que nuestro sujeto se lo piense antes. Puede que no le importe pagar una mínima condena por un delito menor, pero sí que le importará vivir toda su vida con el estigma de ser un delincuente.

Creo que te he contestado.

frie