miércoles, marzo 11

Lo religioso y lo político.

 
 
 
Un "laicista" afirmaba en su blog "con buena intención" que la religión y la política son como el agua y el aceite, no se mezclan. Podría añadir: y si se mezclan es porque alguien los agita.
 
Sigue ese personaje sosteniendo que el ámbito de la política es lo público; mientras que el de la religión es lo privado.
 
Entiendo que "esa lumbrera" se habrá dado cuenta que en "lo privado" hay algo más que religión y en "lo público" algo más que la política.
 
Los Estados tienen una "tentación" totalizante. Y eso hace que se impliquen fuertemente en lo privado e intenten "forjar" a los ciudadanos en la educación. Suelen invadir los ámbitos privados y no sólo el interior de nuestra nevera sino, sobre todo, el interior de nuestra cabeza.
 
Pero, sin esa tentación, el Estado propone modelos casi sin querer. Un político corrupto produce rechazo, otro ejemplar podría pasar desapercibido, pero otro "con poder y mando" puede producir "siervos", "clientes" o "sectarios".
 
La Religión también presenta un tipo de orden que podría ser totalizante. Hay religiones como el Islam que son a la vez un sistema político; otras como las cristianas proponen a la humanidad unos principios universales basados en la naturaleza del hombre, pero también un camino universal para lograr la vida eterna. La diferencia es clara: "la imposición por la fuerza" o la "razonada propuesta". La fe no se impone, se alcanza.
 
Los Poderes públicos hoy en día son los que más peligro tienen en su afán totalizante. Y más si se simplifica el concepto de "lo público" desde la concepción de los neo-marxistas o post-marxistas.
 
Para esas personas el Estado, el Poder público, es el único legitimizado en la "ordenación de la convivencia" en el espacio público, en las relaciones públicas, en la vida pública. Se han apropiado de todo menos de aquello que, como reducto, está dentro de mi propiedad privada.
 
Han pasado de la labor de policía a la labor de "concesión" de espacios y tiempos públicos en nuestras calles, en nuestros parques y en nuestras plazas.
 
El sistema que hemos generado, convierte la actividad ciudadana en una iniciativa sujeta a concurso y concesión y pago de canon.
 
En ese sentido cualquier entidad, privada o religiosa, podría perder la capacidad de manifestación y de desarrollo para sobrevivir.
 
Toda actividad religiosa podría ser considerada como una fiesta privada en espacio público y necesitaría un permiso "graciosamente concedido o negado" por la autoridad pública para desarrollarse.
 
Si captamos ese problema, es más o menos el planteamiento que subyace en la "regulación de cultos" que pretende la Generalitat catalana y que está en la misma esencia del "socialismo progresista".
 
Uno siente que, desde la hipertrofia de lo Público, nos han arrebatado la calle tanto a los ciudadanos como individuos como legítimamente agrupados.
 
Otra realidad:
 
Sin embargo todo el mundo reconoce la actitud pionera de la Iglesia Católica en la formación de la cultura y de la civilización occidental. Las Universidades y centros de saber tienen en ella su origen para después convivir con entidades educativas de los Estados. Universidades Católicas y Públicas, y, posteriormente, privadas muestran un panorama maravilloso de pluralidad y de convivencia en lo académico, en el ágora de la sabiduría.
 
Ese modelo se da también en los Hospitales y las Escuelas, donde los pioneros son además de católicos, santos reconocidos por la Iglesia y venerados como grandes hombres y mujeres por las sociedades donde sirvieron.
 
Modelos recientes: la atención a los "que menos valen", a los "que nadie quiere". Todo eso hace pensar que la sociedad en su conjunto a la vez que ensalza a Miguel Servet como sabio y científico, hará otro tanto con el Fundador de las Escuelas Pías. San José de Calasanz, ambos aragoneses. Y en tiempos modernos Cajal y San Josemaría Escrivá serían dos lumbreras de ámbitos distintos que merecen la consideración pública.
 
Es claro que la acción de los cristianos ha sembrado bien y amor, lo sigue haciendo y es de justicia no sólo reconocerlo privadamente sino también desde la notoriedad de lo público.
 
Ciertamente la mejor figura de los cristianos la dio Jesucristo al hablar de levadura o de sal. Sirve para fermentar, dar sabor, está ahí mejorando la realidad humana en la que vivimos y abriendo maravillosos caminos de realización personal y santidad.
 
Desde los ojos humanos se ve que la carne sabe, que el pan se hace. Quizá no se vea mal, pero ese alimento se toma con gusto.
 
Los poderes públicos al reconocer el derecho legítimo de los cristianos de ocupar también el espacio público como uno más no están "santificando su actuación", están sencillamente "reconociendo" unos frutos evidentes de paz, concordia, formación, alegría, servicio que hacen bien a la sociedad en su conjunto.
 
frid

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