miércoles, abril 7

La felicidad real y la felicidad soñada

 
 
Para hacer feliz al hombre es conveniente observarle y analizar lo que realmente le hace feliz. Hay que contemplar la vida real.
 
 
Los padres se pasan toda la vida contemplando, con cariño, a sus hijos, viendo cómo se desenvuelven y observando lo que hacen bien, hacen mal, les hace felices o desgraciados. Y, de esa observación debe surgir la particular vida familiar. Muchos conflictos entre padres e hijos derivan de querer imponer los gustos de los padres a los hijos o hacer que los padres asimilen modos de ser que no les van a ir bien a los hijos en el futuro. La educación tiene como premio, después del combate, la mejora del hijo y su preparación para la vida.
 
Los ideólogos han obrado normalmente al revés. Parece que han diseñado sus mundos en el laboratorio obscuro de un fotógrafo. Han sido y son, ciertamente originales, novedosos, a veces tan originales que ellos han sido los primeros en caer en la cuenta de qué nos conviene a los simples mortales. Han construido casas de muñecas, nos han puesto dentro de ellas y, siempre, han fracasado generando infelicidad y, a veces con demasiada frecuencia, han sembrado el mundo de cadáveres.
 
Los políticos se han apuntado a la novedad, no a la experiencia. Y por eso han seguido la estela prestigiosa de la ideología de moda. Han ensayado revoluciones desde el siglo XIX, sistemas fuertes y sólidos que, con su fracaso, han mostrado la falsedad de las ideologías.
 
Es curioso que Jesucristo enseñase con parábolas. Su doctrina atraía mostrando la vida real ante sus oyentes. La sabiduría antigua y, también divina, saca de la realidad consecuencias prácticas y acertadas, una de ellas el cuidado amoroso de Dios con los hombres: "Podría una madre olvidar el fruto de sus entrañas, Yo no lo haré". Una frase de gran actualidad en el siglo del aborto.
 
La vida real del hombre muestra que es feliz en compañía, que una de sus grandes satisfacciones es ver a sus hijos mejorados, y su dicha final es verse rodeado del cariño de sus nietos.
 
Si los políticos observasen la vida real, deberían legislar para y con las familias. El Estado, en vez de tener celos de los privilegios del núcleo familiar debería ser el celoso protector de su estabilidad.
 
No siempre la vida en familia es feliz, pero se es más feliz en ella y es en ella o con Dios donde se llevan mejor los malos momentos.
 
 
Ciertamente creer en Dios es un consuelo, hace muy felices a muchos. Y, si los políticos observasen la vida real, deberían tentarse la ropa antes de querer erradicarlo de la vida pública, social, educativa y familiar.
 
El que cree en Dios puede pasar angustias, momentos malos, pero sabe que encuentra en Dios su consuelo. Cristo dijo: "venid a mí todos los que  andáis agobiados y angustiados". Y eso se comprueba día a día en las múltiples iniciativas que los católicos y la Iglesia Católica desarrollan para atender a los más desamparados de todos los hombres e, incluso, a aquellos que no habrían nacido porque la solución para ellos desde el Estado era la fácil de "erradicar el problema".
 
 
Si los políticos observasen la realidad, en vez de atacar a instituciones como la Iglesia Católica que proporciona incluso tantos consuelos humanos, la respetarían y mirarían con agradecimiento.
 
Nuestros políticos son como ciegos que guían a ciegos, no quieren ver la felicidad delante de sus ojos y quieren que seamos felices buscando alternativas a la familia, a Dios y a la Religión. Si ciertamente observasen la realidad estarían felices comprobando que esas instituciones, a pesar de ellos, gozan de buena salud y que Dios sigue llegando a los corazones de los hombres sembrando en ellos su consuelo.
 
frid
 
 

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