martes, mayo 18

El trabajo en la época del hedonismo


El otro día comenté que habíamos vuelto a la sociedad estamental de la Edad Media pero sin sus ventajas, la realidad es que la Sociedad siempre está estamental: unos mandan, otros obedecen; en todos los ámbitos existe alguien con autoridad; y esa autoridad puede ejercerse con mentalidad de servidor o de dueño.

Los ilustrados de la Revolución Francesa no son muy diferentes en su mentalidad al Rey absoluto: ellos organizaron la sociedad porque eran unos iluminados, y nos sacrificaron por nuestro propio bien. También sacrificaron al pueblo los sistemas totalitarios: el marxismo en sus distintas versiones, el fascismo alemán e italiano dieron el fruto de millones de muertos.

En la época del individualismo, de la exaltación del Yo, esa mentalidad de dominio se ha llevado al más indefenso de todos los seres: el niño en el seno de la madre está a su servicio como una cosa y puede ser sacrificado por su propio bien: para que no nazca en el ambiente infeliz de no haber sido querido. ¿Pero no habrá nadie que le quiera que no sea su madre?

En esta época el trabajo ha vuelto a verse como un castigo, como un mal necesario para conseguir los recursos necesarios para los locos fines de semana ya largos de dos días y medio. El trabajo se ha vuelto una maldición, salvo el que supone hacer trabajar a los demás en mi propio provecho, por eso en la sociedad del hedonismo el hacer carrera, la auténtica carrera, es la política: sin saber, sin demostrar la valía, sin ética, sin principios puedo llegar a mandar sobre una colectividad, puedo hacer que me alimenten, puedo vivir de su dinero y, además, sólo tengo que tenerlos embriagados por mis palabras.

Decía en el anterior artículo que nosotros somos responsables: sólo teníamos tiempo para trabajar, para labrar un porvenir a nuestros hijos y dejamos el noble arte de la política en las manos más innobles.

Pero esa mentalidad se ha extendido en los puestos intermedios, esos que denominamos Altos Cargos: los dirigentes políticos han ubicado ahí, incluso presionando sobre algunas empresas que necesitan subvención, a sus familiares, a sus secuaces, a sus clientes. Y el criterio aplicado no ha sido el de capacidad sino el de lealtad, afiliación, cuota, rebajando la calidad de nuestros dirigentes.

En esa sociedad la gran preocupación, en tiempo de crisis, no es la solidaridad sino que a mí no me toquen, que recorten al contrario, que actúen sobre el "rico" (ojo que hoy los ricos son los socialistas en gran parte), sin pensar que el gestor incompetente debe abandonar el timón del barco.

Mientras tanto la movida sigue viva; el español se divierte y olvida aprovechando la calderilla en lo que considera prioritario: disfrutar al máximo.

Esa mentalidad hedonista, fomentada por la progresía como mensaje preferencial a nuestros jóvenes, y ahora con la Educación para la Ciudadanía, también a niños y adolescentes, se ha convertido en un lastre para que salgamos de la crisis: antes de comenzar, les ha hecho perder el gusto al trabajo.

frid

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