viernes, julio 14

Control antidoping, del Tour al Congreso de los Diputados

Control antidoping en los ciclistas. Una idea trasladable a la vida pública.

Me comentó un amigo que este Tour está siendo diferente, que cualquiera puede ganarlo, que no hay ni grandes líderes ni grandes gregarios. Que con el control antidoping tan fuerte se había eliminado el superhombre y todos están de nuevo sometidos a coger una pájara o tener un día brillante.

Y me decía, Fede, con los políticos habría que hacer algo parecido. Que firmen una carta con un decálogo de buenas prácticas y una promesa antes y después de ocupar su cargo de no haberse enriquecido de modo ilícito con ocasión del puesto que desempeñaron.

El decálogo se fue desgranando: Deben ser personas que vivan de su trabajo, y que a la vuelta puedan seguir desempeñándolo. No deberían aceptar regalos, al menos de cierta cuantía; y todos los demás regalos deberían ser declarados. Deberían tener su declaración de ingresos y gastos a público conocimiento aprovechando la facilidad que da la Internet (entendiendo que puedan agruparse en bloques determinados los pequeños gastos, no así los de coches, muebles de lujo, cuadros, casas, chalets, herencias y demás ingresos extraordinarios). Deberían decir la verdad, votar en conciencia, ser elegidos por una circunscripción y en listas abiertas. Deberían ser de rectitud probada, fieles a sus promesas, que no engañen a su mujer, que eduquen bien a sus hijos, que cuiden de sus ancianos. Debería valorarse su capacidad de trabajo, y tener buenas referencias de que donde han estado han sido trabajadores, cumplidores de su horario, buenos compañeros de trabajo, honrados. En definitiva, de virtud probada y certificada, sin trampa ni doping alguno.

Y lo que es fundamental es que, durante su mandato y al final del mismo, sean auditados con rigor y la auditoría sea públicamente exhibida. Y nada de privilegios extraordinarios después de ocupar un cargo, limitando su ejercicio a lo más dos elecciones, aunque quizá baste con una si se establece el modo de elección que garantice el gobierno de la mayoría sin necesidad de pactar con una minoría incendiaria.

Y, si en el ejercicio de su cargo se comprueba su deslealtad, su enriquecimiento ilícito, su falta de rectitud o de capacidad de trabajo, o bien no cuadrasen las cuentas, que podamos juzgarlo.

Además, debería ser causa de dimisión inmediata la mentira con ocasión del ejercicio de su cargo. Mentiroso debería ser equivalente a incapaz de merecer nuestra confianza.

Así quizá no haya grandes figurines, hechos con dopaje y engaño, pero esos políticos de lo diario, serán políticos para servir al ciudadano, con los medios ordinarios pero con la eficacia del buen hacer.

Esos políticos no serán dioses ni iluminados, porque habrán bregado el día a día, amaran el trabajo y se darán cuenta que el país o lo sacamos entre todos o no lo sacamos. Serán personas más serenas porque tendrán valía probada y, cuando se vayan de la arena política, podrán ir con la frente bien alta a desempeñar la tarea anterior o la que les corresponda. Que el hombre no vale el poder que tiene, sino el ser que es y las manifestaciones de ese ser en el servicio de sus conciudadanos. Además de esa manera no nos choracá tanto encontrar a todo un exjusticia de Aragón viajando en clase turista en el AVE (como lo hace uno que es del partido socialista), o ir en el autobús urbano como uno más (como lo hace otro que es del partido popular).

Lo que no entiendo es por qué, teniendo en los partidos hombres honrados, sólo conocemos los que en los Marbellas del mundo arman ruido, los que en el Congreso de los diputados sólo se unen para votarse prebendas, los que votan en el Congreso para no querer saber, para que no aclare su postura en temas claves como el terrorismo el Presidente de la Nación, los que se sienten simios, los que reclaman la vuelta de la barbarie del degenerar republicano, los que condenan a los inocentes y pactan con los asesinos de ETA.

En definitiva, es precisa una carta de honradez firmada por los políticos, un decálogo de funcionamiento, un control muy estricto sobre su enriquecimiento y una vida, por parte de ellos, de honradez manifiesta, no en vano son aquellos que hemos elegido para que nos representen, ¿o es que los hemos elegido para que nos persigan y condenen?

Al acabar este artículo, entré en la red y vi que el Cerrajero tiene ideas más brillantes al respecto, y mejor puntería. Os lo aconsejo.

2 comentarios:

vitio dijo...

Decencia política queda en muy pocos sitios, desgraciadamente.

El Cerrajero dijo...

Sin duda Rodríguez el Traidor no pasaría limpio un control antidoping, pero es más, estoy convencido que no pasaría ni el test más básico psico-técnico y que quedaría demostrada su incapacidad para el desempeño de la función pública.