lunes, mayo 12

Los mínimos para la convivencia pacífica.

Vivimos en un mundo que habla de paz, de tolerancia y de pluralidad. Se les llena la boca de los políticos anunciando paraísos donde se logra la paz a base de una absoluta indiferencia. Dicen: "Nada es verdad"... y tienen miedo a que alguien salga contestón y diga "pues a mí me parece que sí hay verdad".


Estos políticos, aprendices de predicadores, sostienen que si alguien está convencido con fuerza en una idea, la intentará imponer por la fuerza. Y ellos mismos, "que no están convencidos de nada" imponen con la fuerza la indiferencia.

Para lograr su objetivo necesitan construir una sociedad calidoscópica. Tiene que haber pluralidad inducida. Ya no surge la pluralidad como consecuencia necesaria del ejercicio libre de la inteligencia, sino de la imposición en la Escuela de los "modelos minoritarios", de las "conductas raras"... de aquello que "hasta el momento" se había considerado por algo como peligroso.

Sus pluralidades no son de matices sino de opuestos, para ponerse ellos como árbitros entre dos radicalismos que consideran igualmente válidos.

Y ciertamente sólo hay un radicalismo, el que ellos han generado.

Con eso de querer construir el mundo como si Dios no existiese necesitan crear individuos sin fe, y eso a base de eliminar la fe en los alumnos de las escuelas. Y luego generar en ellos el "odio a Dios", a la autoridad, a las familias tradicionales. No es sólo un generar lo diferente sino ... "generar un diferente combativo y radical", esperando que el que cree en Dios, en la autoridad, en la familia... se tenga que defender de modo combativo y radical para colgarle el sanbenito de totalitario.

Están generando, a sabiendas, semillas de violencia. Y se está notando en las familias desestructuradas, en las personas destrozadas y solitarias.

Estos políticos están jugando con el laboratorio de la vida sin importarles que nos están despojando de los recursos que el hombre tiene para ser feliz: la familia, la fe, la amistad, la virtud. Y no pueden ofrecer mas que sucedáneos insuficientes: los servicios sociales del Estado.

Es evidente que una serena reflexión definiría este tipo de político autodefinido como "progresista" como un "desquiciado", un personaje "con una profunda desconfianza en el hombre", incluso un "odiador de todo aquello en lo que el hombre se ha sustentado desde hace siglos". Tiene el aire de los predicadores de nuevas religiones. "Hasta ahora todo el mundo estaba equivocado, YO os voy a decir cual es la VERDAD y cómo debéis vivir a partir de este momento para salvaros". Pero ya no predican la "felicidad" porque no creen tampoco en ella sino en la "paz social", sucedáneo que no se sabe qué significa.

Yo prefiero estar en guerra, sí, en guerra contra mi comodidad porque quiero superarme. En guerra contra la rutina en el trabajo porque quiero progresar. En guerra contra la desidia municipal porque quiero mejores servicios. En guerra contra el crimen, contra la corrupción, contra la miseria. Sí, el hombre no es hombre si no lucha. Y su lucha es interior dictada por la conciencia, pero también es exterior a través del ejercicio de sus derechos y deberes como ciudadano.

No hay lucha si no hay un bien que conseguir y un mal que evitar. Ciertamente el eliminar el bien y el mal, el negar su conocimiento... convierte la elección en una "ruleta rusa", en un "juego de azar", en una rutina que acaba en la apatía y la indiferencia.

¿Es ése el tipo de hombre que pretenden construir esos aprendices de predicadores?

Si queremos sobrevivir como civilización, como cultura, como pueblo... es claro que no es el camino ni la "indiferencia", ni el fomento de lo extravagante, ni el experimento de nuevas realidades sustitutivas de la familia. Son caminos ecológicamente "no sostenibles" y estériles. Pero también es claro que estos políticos predicadores creen que su misión es también "reducir el número de humanos del planeta tierra".

Curiosamente hemos dejado que nos gobiernen aquellos que menos nos aman. Supongo que algún día nos daremos cuenta.

frid

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