domingo, junio 18

El buen gobernante, Edipo Rey antes de su desgracia:

EDIPO
Sabidos, hijos míos desdichados, demasiado sabidos tengo todos los quebrantos que habéis venido a exponerme. Bien sé yo que, aunque todos estáis sufriendo, con todas vuestras penas, no hay uno entre vosotros que sufra tanto como yo sufro; al corazón de cada uno de vosotros sólo su propio dolor invade, y en él anida y en nadie más; en cambio mi alma todos los males de la ciudad, y los míos propios y los vuestros, todos los está sufriendo a un tiempo.
Así que no venís a despertar a un dormido; tened por cierto que llevo derramadas muchas lágrimas y he tanteado muchos caminos en mi desconcierto y cavilaciones.

Edipo sufre por todo su pueblo, la peste no ha hecho estragos en su familia pero sí en sus súbditos. No se pregunta si esos desdichados son de un bando o de otro. Él, Edipo, es rey de todos.

Edipo antes de su desgracia, se muestra magnánimo y prudente, tanto es así que cuando le sobrevenga la desgracia, aunque ciego, contará con la compasión del pueblo de Tebas, aún partiendo hacia el destierro.

¿Qué buen gobernante no sufre con los familiares de los que han dado su vida por la nación que gobierna? ¿Qué sangre es más sagrada que la que ha sido inmolada en el ara de la patria? Sólo los traidores igualan víctimas y verdugos.

Bien se diferencia el buen pastor del asalariado. El primero vive para todos sus súbditos y procura el bien común de cada uno de ellos. El asalariado tiene como primer objetivo mantener el empleo y sacar provecho. No le importa sacrificar parte del rebaño a los lobos, asar los corderillos, e incluso, venderlos.

Es claro que quien divide el rebaño, distingue a quienes representa y elige pactar con el carnicero, lo hace porque entiende que esa mitad de cabezas no le importan, o bien que saca más provecho vendiéndolas.

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