viernes, junio 16

Las tragedias hoy. Las nuevas Antígonas

ANTÍGONA:

No era Zeus quien me la había decretado, ni Dike, compañera de los dioses subterráneos, perfiló nunca entre los hombres leyes de este tipo. Y no creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que solo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron. No iba yo a atraerme el castigo de los dioses por temor a lo que pudiera pensar alguien: ya veía, ya, mi muerte –y cómo no?—, aunque tú no hubieses decretado nada; y, si muero antes de tiempo, yo digo que es ganancia: quien, como yo, entre tantos males vive, ¿no sale acaso ganando con su muerte? Y así, no es, no desgracia, para mi, tener este destino; y en cambio, si el cadáver de un hijo de mi madre estuviera insepulto y yo lo aguantara, entonces, eso si me sería doloroso; lo otro, en cambio, no me es doloroso: puede que a ti te parezca que obré como una loca, pero, poco mas o menos, es a un loco a quien doy cuenta de mi locura.

En el teatro clásico se presenta habitualmente un tipo de conflictos en los que el honor y la ley se contraponen. Ejemplo en el mandato de Creonte de honrar a un hermano y deshonrar a otro, lo que lleva a Antígona, obrando contra la ley, actuando a favor de la honra familiar, a enterrar a su hermano y sufrir la muerte.

El conflicto entre conciencia y ley es, por tanto, muy antiguo y su intento de mitigación está en la Objeción de conciencia.

Ya los judíos tuvieron trágicas experiencias, como es el caso de los macabeos que tuvieron que elegir entre comer lo que les prohibía su Dios o la muerte. Los mártires cristianos son los que sufrieron posteriormente la tragedia: o adorar al Emperador o perder la vida. Las leyes civiles se volvieron injustas al oponerse a la ley divina.

Pero no es necesario una ley expresa de Dios para generar el conflicto: la verdad, la justicia, la castidad, la libertad individual o de los pueblos, han sido prendas defendidas hasta la muerte por personas heróicas.

Si Tomás Moro se hubiese podido acoger a la objeción de conciencia, no habría perdido su vida. Y por eso su historia es una tragedia moderna, por un motivo similar. He de obedecer a Dios antes que al Cesar. La causa de esa tragedia: la asunción de los poderes religiosos por parte de la autoridad civil.

Hoy la tragedia se da en la vida de los jueces de paz cuando tienen que negarse, por motivos de conciencia, a asistir a la boda homosexual por considerar ficción de derecho e injusto ese reconocimiento que violenta directamente las bases de la estructura social: la familia.

No vale decir que estamos ante una opinión y que ha de ceder ante las determinaciones del derecho. Es un conflicto trágico que requiere una solución moderna y civilizada, que respete la conciencia y evite la tragedia.

Por otra parte la Objeción de conciencia fue un arma utilizada hasta la saciedad por los pacifistas. Y el mundo civilizado pensó qué solución dar para evitar la tragedia: se encontró en los Servicios Sociales sustitutorios. Se hizo un esfuerzo por incorporar a todos en el sistema social en el que vivimos.

Hoy, también, se legisla contra Dios, considerando que es una opinión tan válida como su contraria la existencia de Dios. Y vuelve a forzarse la conciencia al imponer contenidos sectarios y destructivos en la asignatura de Educación para la Ciudadanía, o nueva Formación del Espíritu Nacional. Con esa asignatura se pretende erradicar el concepto de virtud y de bien, para incorporar los conceptos de políticamente correcto y ley civil, construyendo un nuevo concepto de lo permitido en el obrar y en el pensar.

Aquí ¿vale la Objeción de Conciencia? No, porque la objeción no resuelve el problema, ya que los que no estamos de acuerdo con esos principios elaborados por la modernidad sabemos que se hace un daño a los jóvenes con esos contenidos.

Ahí, como Antígona, enterraremos los libros de texto en la tierra y bien profundo; y enseñaremos que hay cuatro virtudes cardinales, que hay actos buenos y malos, que hay Dios y un juicio divino de nuestros actos. Y, si perdiésemos la vida, diremos con Antígona que preferimos la compañía de los muertos que es más larga y estable que la de los vivos. Porque elegir, elegiremos la eternidad.

Y por real decreto la tragedia está servida.

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