viernes, junio 9

No hay razones para ser pesimista, a pesar de todo.

José María Mendiluce despacha en El Periódico un artículo de lo más pesimista titulado “La triple fractura”.

Es un análisis sin esperanza vinculado a la triple fractura de la sociedad actual: la fractura social que separa a más y más a los más ricos y los más pobres; la fractura de los humanos con su planeta herido y la fractura de los ciudadanos y los políticos.

El pesimismo de Mendiluce es lamentable, aunque tiene una excusa. El mundo está mal y al ver todo el mal del mundo: Buch, Chávez, Evo Morales, Iran, Irak, y tantos otros elementos disonantes para su visión solidaria, (al que incluiría la locura de cambiar la historia de Rodríguez Zapatero, la locura de manipular la institución familiar, la locura de perder el respeto a la vida de los no nacidos pero ya vidas humanas, la locura de salvar a los monos y condenar a los humanos; todas ellas producto del nuevo, enfermizo y débil pensamiento socialista). Nos quedamos con que no hay nada que hacer.

Pero ahora volvamos la oración al revés: ¿cuando el mundo no fue así? Y ¿cómo sobrevivió? ¿qué milagro se produjo que la mayor parte de Europa pudo librarse del yugo de muerte y tiranía que fue el marxismo soviético?

El mundo sigue, enfermo, pero sigue existiendo. Y ¿la sangre sana que late en él, donde está?

Pregunten a Platón, Aristóteles, Moisés, Jesucristo, Tomás de Aquino, Francisco de Vitoria, San Francisco de Asís, Juan Pablo II, Adenauer, De Gasperi, y tantos otros que han sido como el buen fruto en tanto estiercol.

Hay, por tanto esperanza, en parte gracias a los cristianos y, también, a los judíos con el código moral de las tablas de la ley, y a los filósofos que fundamentaron nuestro progreso en el conocimiento.

Esa esperanza siempre tendrá enfrente la pugna con la cultura de muerte, la de la guerra, la exclavitud, los gulags, los Katyn, los PolPots y los Paracuellos.

Pero esas locuras pasan, los telones de acero caen, se redactan Constituciones de la concordia, se frena la espiral nuclear y, al menos por un tiempo, el aire corre limpio por una parte del mundo.

Además, la preocupación por la salud del planeta ¿no es ya una señal de esperanza? La reducción del hambre en el mundo, aunque no se haya eliminado, el aumento del rendimiento del campo gracias al regadío y a las nuevas tecnologías, el esfuerzo por reducir la emisión de contaminantes muestran que hay muchas personas empeñadas en hacer de este mundo un hogar más habitable.

Y, aún diría más, también gracias a un Dios providente que nos puso en esta tierra de paso, para que nos ganásemos el cielo haciendo el bien y siendo lo más felices posibles en cada instante de nuestra existencia terrena.

Federico R. de Rivera

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