Había una vez... que es como empiezan todos los cuentos... un ecologista radical, de esos que andan todo el día con el blog a cuestas intentando descifrar el lenguaje de los simios... curiosamente no he visto todavía ningún simio con el blog a cuestas intentando descifrar el lenguaje de los hombres... ¿será porque lo conocen?... ¿será porque no vale la pena?... ¿o será porque han visto muchos ecologistas radicales y son todos tan previsibles?
El hecho es muy sencillo, nuestro hombre decidió aplicar su teoría de los derechos de los animales a todas las especies del campo que compartían con el trigo la ocupación del campo que servía para alimento de su familia.
Sensatamente pensó, imitando el gesto de los simios... quitándose las pulgas de la cocorota, pareciendo a lo lejos uno de esos seres superiores... con cierto aire a orangután feliz... que debería dejar campar libremente en su sembrado a las plantas silvestres, que compartieran espacio, agua y lugar... por eso de aplicar sabiamente la doctrina de su creencia ecologista.
Pasó el tiempo, cayeron las nieves, vino la bonanza, salió la hierba... crecieron las flores... explotó en su belleza la primavera... y no había campo que se asemejara en belleza al campo del ecologista... qué armonía de colores: rojo de las amapolas, amarillo, blanco, añil, florecillas y flores grandes... revoloteaban las abejas... era un vergel de verdura... no faltaban en los ribazos las zarzamoras.
Llegaron autobuses repletos de ecologistas radicales a ver tal maravilla, bajaron a saltitos, nueva costumbre introducida en honor al chimpancé y a la diosa chita... hacían miles de fotografías... inundaron con sus fotos salas de exposiciones, ganaron premios y le enviaron por paloma mensajera sus agradecimientos y felicitaciones a nuestro ecologista radical...
Vino el agostar del campo, las espigas granaron de todos los tamaños y tonalidades... y, entre tanta maleza, se escondían a la vista... salió ufano nuestro ecologista radical a recoger el trigo con su guadaña de mano, se asomó a su campo desde el recodo del camino... y, su cantar se trocó en asombro... su sonrisa en pánico... su cosecha en saco roto. Ciertamente oía el croar de las ranas, el cantar de grillos y cigarras... pero no hay cosecha... no hay nada... y, decepcionado, al volver a casa de vacío encontró que, incluso, la familia se había ido dejándole una nota de despedida... vamos con la abuela a vivir un tiempo... ya nos dirás cuando haya cosecha.
Nuestro ecologista radical se rascó la coronilla, dio saltitos al estilo chita, se subió a un árbol y... se perdió en el bosque comenzando una nueva raza... la del mono posterior... la del gran simio progresista.
Y como acaban los cuentos... y fue feliz retozando de rama en rama, comiendo bananas y gritando al mundo que al fin había entendido el lenguaje de los simios.
Federico R. de Rivera
viernes, mayo 5
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