viernes, septiembre 29

La piedad cristiana en Shakespeare

Retomemos a los clásicos, aquellos que por creer en Dios no entrarán en la lista de literatos de la Educación para la Ciudadanía por estar superados. Ejemplo: "El mercader de Venecia de Shakespeare"

La piedad cristiana.

“Cualidad de la clemencia no es la obligación. Cae como la gentil lluvia del cielo, sobre el lugar que está debajo. Es dos veces bendita: bendice al que la da y al que la recibe; es lo más poderoso entre los más poderosos, le sienta al monarca en su trono mejor que la corona; el cetro muestra la fuerza del poder temporal, es atributo del respeto y la majestad, y donde se asienta el temor y miedo que inspiran los reyes; pero la clemencia está por encima del dominio de este cetro, está grabada en los corazones de los reyes, es un atributo del mismo Dios. Y el poder terreno entonces se parece más al de Dios, cuando la compasión modera a la justicia: así pues, judío, aunque la justicia sea lo que pides, considera esto, que en el curso de la justicia ninguno de nosotros veremos la salvación. Pedimos todos clemencia y es esa misma oración la que nos enseña a todos a mostrar piedad... He hablado tanto para mitigar la justicia de tu demanda; mas si insistes, esta corte de Venecia deberá emitir sentencia contra el mercader” (Porcia).

La clemencia y la justicia van de la mano. La armonía rota por la injusticia no se vuelve a restaurar, el daño está ahí.

El único capaz de perdonar es Dios. Pero nadie devolverá la vida o el bien perdido. Por eso la reparación es un orden aproximado, compensatorio.

La matemática de la justicia impide su cumplimiento: “imposible extraer una libra justa de carne y no derramar la sangre”; pero la clemencia es libre, no obligatoria.

Y no supone la condonación de la deuda sino aceptar lo que está en la mano del ofensor; aceptar la reparación incluyendo otra proporcionalidad, la limitación propia del ser humano.

Así, con justicia y clemencia, se logra la paz.

La justicia pura impide la paz en Palestina. No es posible ya la matemática exacta de la restitución.

Hay que aproximar las posiciones para que cada uno de “aquello que puede dar” y no pedir lo imposible: no pedir la libra de carne, que provocará una muerte más y exigirá que el demandante, por las leyes de Venecia, muera por matar.

Frid.

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